Un sábado tranquilo, con una temperatura cálida pero no agobiante, nos brindó aquel día el dios tiempo.
Me pareció un día propicio para coger una de las Ecobicis de la ciudad de Buenos Aires y dar una vuelta tranquila.
Antes de ello, hice una breve visita a mi tía Silvia, a quien quiero mucho. Charlamos sobre nuestro proyecto de baile y le hice un masaje.
Luego salí a buscar a mi pareja para ir por una bicicleta. Las Ecobicis de Espinosa estaban todas rotas y bloqueadas, así que fue necesario ir a la parada de Paysandú y Tres Arroyos, donde nos esperaban dos bicicletas en un estado aceptable.
La pedaleada comenzó a velocidad tranquila por la bicisenda de Tres Arroyos. Había poco movimiento, tanto de bicis como de autos. Se auguraba una buena ruta.
Hicimos una breve parada en el centro cultural "Chimera" para ver su mágica biblioteca al paso, símbolo de cultura y solidaridad. Con regocijo observé que habían donado nuevos libros. Ese día no tomé ni dejé ninguno, pero fui testigo de que la biblioteca seguía rebosante de vida y sabiduría.
Después de esa parada, continuamos el viaje por la bicisenda hasta doblar en la calle Padilla rumbo al parque Centenario, nuestro destino.
Al llegar, dejamos las bicicletas en la parada del parque Centenario y fuimos a los puestos de libros para echar una mirada.
Ya en el primer puesto vi dos libros que me llamaron la atención, así que los compré: ambos de la Colección Austral, La Posaderas, de Carlos Galdoni, y Electra | Ifigenia en Táuride | Las Troyanas, de Eurípides.
Siguió nuestra caminata hasta el último puesto, que daba a una de las tantas entradas al parque, y allí compré otro pequeño libro: Los crímenes de la calle Morgue y otros cuentos, de Edgar Allan Poe (el primer libro de este autor que entra en mi biblioteca).
Se acercaba el mediodía y nuestros estómagos comenzaron a reclamar su rutinaria veleidad. El hambre nos atacaba con intensidad, pero aún teníamos que comprar la riñonera para mi tío Huguito.
Nos dirigimos hacia la feria, puntualmente al puesto de riñoneras, y adquirí una humilde pero bella riñonera camuflada verde.
Ya a esa altura, estábamos famélicos y caminamos en dirección a Ángel Gallardo para buscar un lugar donde comer. Hacía mucho que no comíamos afuera. Caminamos hasta el Cid Campeador. Antonino no nos convenció, mucho menos la parrilla que allí cerca desprendía su perfume a carne asada. Cruzamos varios locales más y el hospital Durand (donde la vida cumplió su capricho de traerme a este mundo). Al final, comimos en el local de Mostaza que está en una esquina frente al parque. Allí pedimos dos hamburguesas con cheddar, dos gaseosas y dos papas fritas. Panza llena, corazón contento. Muy cierto ese refrán.
Más tarde, luego de esperar a que baje un poco la comida, buscamos otras bicicletas y emprendimos el retorno a casa. Tomamos un camino alternativo que nos llevó por Aranguren, Honorio Pueyrredón y Felipe Vallese, donde encontramos otra bicisenda.
Después de diez minutos pedaleando, hicimos una parada para sacarnos una foto, ya que descubrimos la calle Bernal, lo que nos causó gracia porque los padres de Juli viven en la localidad de Bernal, en la zona sur del conurbano bonaerense.
Continuamos por Vallese y luego por Pujol, donde, después de unas cuadras, dejamos las bicis en una parada cercana. Fuimos a un kiosco a comprar una bebida energizante bien fría (a esa altura del día ya nos afectaba el calor) y finalizamos nuestro paseo caminando directamente al departamento de la calle Batalla del Parí.
Hola!!! Hermosa tu aventura de ese día. Un recordatorio plasmado aquí, en tu blog, para que perdure eternamente. Los detalles de lugares y situaciones dan un toque de autenticidad que es emotivo para quienes los conocemos. Tu narrativa sintetiza lo poderoso de la simplicidad. ¡Seguí escribiendo! Cariños, querido sobrino Max.
ResponderBorrarTe quiero muchísimo, tía. Gracias por tan valioso comentario!!
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